sábado, 25 de septiembre de 2010

EL CENTENARIO DE LA UNIVERSIDAD Y EL DEBATE CASO-LOMBARDO

Al cumplirse cien años de la existencia de la universidad resulta imperativo confirmar el papel que debe desempeñar la máxima casa de estudios de nuestro país. El debate histórico que protagonizaron en septiembre de 1933 Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano sobre el carácter y la misión de la universidad mexicana, debe ser materia de análisis por la nueva generación de mexicanos a fin de establecer los objetivos y guiar los pasos de la casa de estudios durante el segundo centenario. Por considerar que el planteamiento del maestro Lombardo en aquel Congreso Universitario tiene plena vigencia, les presento a ustedes una parte de su ponencia.
VLT: ¨Estamos de acuerdo en que la esencia de toda comunidad es la subordinación de los intereses individuales a los intereses del grupo. Estamos de acuerdo, asimismo, en que la cultura es creación de valores. Pero no estamos de acuerdo -al menos esta es mi opinión personal- en que los valores culturales tengan todos el mismo valor. No estamos de acuerdo en que el valor estético sea semejante al valor económico. No estamos de acuerdo en que el valor religioso tenga la misma importancia que el valor lógico o intelectual. Dentro de la valoración que hace la cultura, de la vida, existen rangos, jerarquías, grados, relaciones de orden. Y también afirmo que la cultura no ha sido la misma en todas las épocas, porque la cultura no es una finalidad. Aquí estriba quizá la diferencia de opiniones entre el maestro Caso y nosotros. La cultura es una finalidad, según él, y nosotros, yo al menos, sostengo lo contrario: la cultura es un simple instrumento del hombre, no es por consiguiente una finalidad en sí. Y como afirmo que la cultura en sí y por sí no existe, también afirmo que la humanidad abstracta, que el bien en abstracto, no existen, porque ningún valor en abstracto existe. No creo en las entelequias; no creo en los valores abstractos y menos cuando se trata de valores históricos. La cultura ha sido la resultante de diversos factores, de distintas circunstancias a través de la evolución histórica, nada más. Cada régimen histórico ha tenido una cultura especial. ¿Por qué? Porque la cultura es justamente eso, valoración, expresión de juicios colectivos, opinar de la comunidad respecto de la vida, a través de la propia comunidad y para la comunidad misma, para los fines de una comunidad determinada. No hay régimen histórico que no haya tenido a su servicio una manera de pensar la vida, una serie de juicios que tratan, en primer término, de hacer que perseveren, de hacer que se mantengan las instituciones que caracterizan a ese régimen histórico.


Por lo mismo, si entendemos que la cultura es un medio, si aceptamos que los valores culturales no son todos iguales, si creemos que en la época moderna, más que en ninguna otra, no se pueden entender los problemas sociales sino tomando como eje, como base de explicación, el fenómeno económico, entonces, para ser consecuentes con nuestra creencia científica, tendremos que admitir que los otros valores de la cultura están íntimamente vinculados al valor económico. Y esto lo aceptamos no como un "artículo de fe", sino como consecuencia de la propia observación histórica, como resultado de la evolución humana, de tal modo que vale decir que no puede enseñarse en esta época la estructura social, que no se pueden entender los problemas humanos, sino tomando como guía, como linterna para alumbrar el camino, el proceso, los caracteres de las instituciones económicas. Esta categoría superior que representan los valores económicos, no creemos que pueda discutirse seriamente, con seriedad científica, en este tiempo. Su realidad objetiva es tan clara que sólo obcecándose en una creencia religiosa puede negarse con énfasis.
No hay incompatibilidad en sostener una teoría y mañana cambiarla por otra, porque en realidad, señores delegados, yo pregunto ¿cuándo, cuándo, en realidad, ha habido un régimen histórico sin teoría social, cuándo ha habido una enseñanza sin una teoría social, cuándo ha habido una institución que no preconice, abierta o subrepticiamente, una teoría social? Nunca, que yo sepa; por eso no concibo un catedrático, un profesor, que no dé su propia opinión a los alumnos. Por lo mismo tampoco un régimen histórico que no sostenga ninguna teoría científica, filosófica, pedagógica, cualquiera que sea. Lo que sucede es que durante el último siglo de esta gran etapa de nuestra evolución histórica, se ha creído de veras que las escuelas han sido neutrales frente a los problemas sociales, frente a los problemas humanos, y realmente no ha habido tal neutralidad: le hemos estado sirviendo inconscientemente o conscientemente, de modo explícito o implícito, al régimen que ha prevalecido en el país durante mucho tiempo; y esta afirmación no la hago para nuestro país sino para todos los países del mundo.
El siglo XIX que creó el régimen capitalista es una etapa histórica en la evolución de todos los pueblos, etapa que ha formado una pedagogía capitalista. No ha habido, pues, tal neutralidad. La libertad de cátedra ha servido simplemente para orientar al alumno hacia una finalidad política, en relación con las características del Estado burgués. Esa es la realidad, el Estado no ha sido neutral frente a las contiendas de trabajadores, sino que todo él, a través de sus órganos, ha servido a una sola clase, a la clase capitalista; y la enseñanza en las escuelas oficiales no ha sido más que un vehículo para sustentar en la conciencia de los hombres el régimen que ha prevalecido. No ha habido tal libertad de cátedra. Hemos tenido, como siempre, una pedagogía al servicio de un régimen. Siempre ha sido así, siempre ha ocurrido de la misma manera.
No es posible enseñar sin transmitir un criterio, y no es posible tener criterio sin saber cuál va a ser éste. Lo que acontece actualmente es que los estudiantes, por su inteligencia natural, por la edad en que se hallan, son simuladores de todos los pensamientos, según los diversos criterios de los catedráticos, pero sin tener aquéllos una opinión propia. Salen, pues, a la calle sabiendo, como resultado de su paso por la Universidad, un solo principio de moral que es inmoral: la vida depende de la habilidad que se despliegue en la lucha. Yo me enseñé en la escuela a oír a mis profesores en todas las teorías, en todas las doctrinas. Parecía que cada uno de ellos tuviese su doctrina. ¿Quién de todos tenía razón? Yo sólo sé que el que tenía razón, el que tiene razón es siempre el más hábil para sostener su propio credo frente al conjunto. Por eso, la Universidad hace muchos años que arroja simuladores de la vida a la calle, competentes para ejercer una profesión, pero nada más. ¿Por qué? Porque no los han orientado, porque no les han dado rumbo, porque los profesionistas se llevan como único principio político y social el hacer un patrimonio, el de labrarse una fortuna, el de triunfar a todo trance, el de tener éxito. La palabra éxito, la palabra triunfo, ese acicate que nos ha corroído especialmente durante los últimos años, es una de las causas fundamentales de la bancarrota moral que el país sufre, porque sus hombres van tras el éxito personal. Esa es la actitud real de la Universidad y su producto contemporáneo, y no queremos, señores delegados, que esa situación prevalezca.
El afirmar una opinión, el sustentar un credo, el tener un criterio, no significa tenerlo para la eternidad. En esto, justamente, nos diferenciamos de los dogmas de carácter religioso. Los dogmas religiosos, los credos religiosos, son dogmas y credos hechos para siempre; en cambio, nuestra creencia científica de hoy, nosotros mismos nos encargaremos de corregirla mañana.
La peor situación es la del hombre que, tratando de hallar la verdad, cree que la verdad ya fue encontrada. No; nosotros creemos que las verdades son contingentes; y que precisamente por ser contingentes debemos mostrar las verdades de hoy antes de que pasen. Lo que nosotros queremos es que haya libertad de pensar, pero no en función del pasado sino en función del presente y en función del futuro.
Y la verdad debe proclamarse. Mañana se dirá la verdad de mañana, como ayer se dijo la verdad de ayer. Lo grave es no decir ninguna verdad. Lo grave es decir que las verdades pueden ser todas posibles, en el momento en que no es posible decir más que una verdad. Importa saber la verdad de hoy, y nosotros no preconizamos ninguna cosa cerrada, hermética, porque si es cierto que hay muchos matices en la doctrina socialista, también es cierto que todos los socialismos, sin excepción, sin faltar uno, están de acuerdo con este hecho fundamental: hay una injusticia en el mundo y ésta proviene de la falsa forma de la producción y de la mala distribución de la riqueza material. La única manera de acabar con esta crisis, de acabar con este drama histórico, es socializar lo que hoy pertenece a una pequeña y privilegiada minoría, poniendo al servicio de la comunidad lo que hoy es patrimonio de unos cuantos.
Eso no es preconizar ninguna doctrina determinada sino una tesis científica, y al mismo tiempo una tesis moral, nada más. El día en que se nos demuestre que la tragedia histórica que vivimos no va a resolverse socializando los instrumentos de la producción y distribuyendo ésta del mejor modo posible, entonces, indudablemente, entonces sí se dirá: no señores, la solución de la crisis económica actual no depende de la socialización de los instrumentos y de los medios de la producción económica, sino de esta otra cosa. Pero como esa otra cosa no ha venido todavía, y como el éxito hasta estos momentos, por oposición al individualismo desenfrenado, es la socialización de la propiedad, nosotros tenemos que contribuir a que la propiedad se socialice.


¿Que la filosofía se basa en la naturaleza y en la cultura? Estamos de acuerdo: sólo que no es la acepción correcta la que el maestro Caso da al término naturaleza. Nosotros no hemos querido naturalismo, permítaseme la palabra, no hemos querido al hablar de la naturaleza, revivirlo. Sabemos que es doctrina pequeña que alumbró escasamente a los hombres de su época, que se ha extinguido con las cosas transitorias. Lo que queremos es que se tomen en cuenta los progresos de la ciencia, el estado actual de la cultura científica en el mundo, ya que las Matemáticas, la Física, la Química, la Biología han realizado grandes afirmaciones en favor de la cultura humana. Nosotros vinculamos hoy más que nunca la filosofía con la naturaleza: nos vinculamos al mundo en este afán de síntesis, de comunicación íntima, de relación entre el individuo y el mundo.
En cuanto a la historia, allí también diferimos del maestro Caso. El conocimiento del individuo, sin duda interesante, no es más que el resultado del conocimiento de las instituciones históricas, de las instituciones sociales. Dice el maestro Caso que Julio César no es institución social, claro: pero Julio César, como ningún hombre, merece el nombre de institución social: los hombres de excepción son resultante de instituciones sociales. Por eso queremos que la historia no se enseñe como biografía de los héroes o de los hombres de gran valía, de gran envergadura, de gran cultura, individuos superiores en cualquiera de sus formas. Precisamente porque nosotros aprendimos desde hace muchos años la historia en forma falsa, no sabemos la historia de México. Sabemos de las cosas a través de la biografía de hombres superiores; no sabemos la historia a través de las instituciones sociales: no sabemos cómo fue la vida en donde es necesario saberlo; no sabemos de los aztecas, ni de los mayas, ni de las tribus que habitaron en México antes de los siglos XV y XVI; no sabemos más que la historia de emperadores y caudillos; no sabemos que aquella población estaba mal nutrida siempre, que sobre la mesa parda de los indios pesaba una serie de instituciones brutales, que tenían que trabajar los indios para la Iglesia, para la casta sacerdotal, para el emperador y todavía tenían que trabajar para comer, sólo así, conociendo la tragedia en su base se puede explicar por qué hemos llegado hasta este momento siendo país anémico, que da la mayor proporción de sifilíticos y tuberculosos en el mundo. Aprendemos los nombres de Cuauhtémoc y de todos los héroes, pero uno no puede pasarse la vida viviendo en México, sirviendo al país sin saber nada acerca de él en la época prehistórica. No importa saber los nombres de los virreyes, sino cómo fueron evolucionando las instituciones humanas, y por eso queremos saber cuál es la forma social y cuál es la forma individual; si por individuo se entiende la institución social; si es lo típico de la historia; si por historia se entiende, además de las instituciones a los individuos, dándoles el mismo valor que a las instituciones sociales.
No estamos de acuerdo tampoco en cuanto a la ética. Es verdad que la ética debe ser el conocimiento de las opiniones respecto de la cultura humana a través del tiempo; pero cuando uno concluye, y en el transcurso mismo de la exposición histórica, tiene uno que decir cuál es su opinión, indisculpable actitud sería la de un profesor de moral que explica, a partir digamos de Sócrates, lo que se ha opinado en el mundo respecto de la doctrina humana, y que no diga cuál es la conducta humana. Eso no es ser profesor de moral, profesor de filosofía. Tenemos que afirmar una opinión, no individualmente, afirmarla en conjunto los catedráticos, los colegios dentro del bachillerato.
El maestro incurre en una contradicción cuando dice que la Universidad debe ayudar a las clases proletarias saltándolas. Yo pregunto: ¿cómo? ¿Diciéndoles nada más que la vida de hoy es mala y que la vida de mañana debe ser mejor?, no, hasta cierto punto, está bien, pero es inútil. Lo importante es decir cómo y concretamente; cómo y de un modo claro, determinado. Pero decirle a los proletarios: tu situación es muy mala y los intelectuales te vamos a ayudar, es decirles algo que no agradecen. En realidad, no podemos siquiera ir a señalarles determinadas cosas que ellos saben mejor que nosotros. Lo que necesitamos es decirles cómo la Universidad, institución responsable de su misión histórica, puede ayudarles de un modo concreto, claro y definido. Y nosotros creemos que esa acción concreta es procurar que se realice la socialización de todos los instrumentos y de todos los medios de producción económica.
Señores delegados: no deseo cansar más la atención de ustedes, pero creo necesario insistir en la afirmación de que no venimos a hacer propaganda de un credo, puesto que la propaganda se hace en la calle. Por otra parte, esto lo digo al menos por mí, creemos que la Universidad no va a realizar la revolución social. Ojalá, pero es imposible. No puede. No sólo no sabe: no puede. La revolución social la harán las masas. Pero nosotros que queremos servir a la masa, tenemos simplemente que cooperar para que las verdades que consideramos ya aceptadas y que consideramos aceptables, se transmitan, de manera que se forme una noción de responsabilidad en cada uno de los bachilleres, en cada uno de los graduados de la Universidad de México, en cualquiera de las instituciones que la representan a través del país. No queremos establecer nosotros un dogma. Queremos únicamente preconizar la verdad, la verdad de hoy, no la verdad de ayer, ya que la verdad de mañana será obra seguramente de otra generación. Nuestro dogma no es un dogma religioso, es un dogma que surge de las entrañas mismas de la tragedia histórica. Ahora bien, si la Universidad no adopta una actitud definida frente a las tragedias, como dice el maestro Caso, el pueblo entonces acabará con la Universidad y habremos hecho un Cristo de la peor especie. La Universidad no puede ser una torre cerrada, cuyos moradores que siempre van a la zaga, que siempre viven a la zaga, sean el ludibrio de las masas. Cuando se transforma un régimen se hace necesario entonces que la Escuela se transforme. ¿Por qué siempre hemos de ser nosotros el pasado de la historia? ¡Ojalá fuésemos el futuro de la historia! Eso queremos: siquiera corresponder a nuestra época´´.
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