viernes, 31 de octubre de 2008

SITIO DE DIVULGACION IDEOLOGICA...

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sábado, 25 de octubre de 2008

¿Sólo una crisis financiera?

¿Crisis financiera o crisis del modelo económico?
¿Quién rescatará a los pobres?

“Los inversionistas huelen la recesión mundial”, decía una nota informativa, refiriéndose al terremoto financiero que sacude al mundo; los cuadros de inteligencia del imperialismo dicen que se superará tan pronto los gobiernos retomen su papel regulador. Encerrados en la discusión del problema en términos técnicos financieros olvidan reflexionar sobre el contexto general en que se desarrolla la economía mundial, el proceso histórico y la evolución de las instituciones económicas. Cual náufragos encerrados en una isla sin conexión alguna hacen del problema financiero una cuestión técnica sin conexión con la realidad objetiva. Si la falta de regulación del Estado para prevenir los desastres financieros es un efecto, entonces la causa es el modelo económico neoliberal.
Es el agotamiento natural de un modelo de la economía el que está en crisis. Recordemos que la teoría del neoliberalismo se nutre del liberalismo económico surgido en los siglos XVII y XVIII, como una demanda revolucionaria y justiciera enarbolada por la naciente burguesía. El grito libertario de la clase burguesa buscaba barrer con todos los obstáculos que imponía el caduco y decadente sistema feudal para el desarrollo de la industria y el comercio; los estancos las alcabalas y toda suerte de restricciones hacían imposible el desarrollo de las fuerzas productivas. La libertad de comercio y la libre concurrencia como piedras angulares de la teoría del liberalismo económico, una vez conquistadas, enterraron para siempre el sistema de producción feudal y nació el capitalismo.
El triunfo definitivo del capitalismo podríamos decir que se dio con la Revolución Industrial del siglo XVIII. El surgimiento del telar mecánico y la máquina de vapor, entre otras, sustituyeron la industria artesanal y surgió la producción en serie, y con ella, surge al escenario de la historia el proletariado como clase social, con necesidades e intereses propios. Al mismo tiempo que se sientan las bases para la concentración del producto del trabajo y la exportación de capitales, dando lugar al surgimiento del fenómeno de los monopolios.
Ya en el siglo XX, en los años treinta, particularmente en los Estados Unidos, el capitalismo afronta su primera gran crisis que pone de manifiesto sus grandes contradicciones internas. Un desastre económico que cubrió de pobreza el suelo norteamericano, mismo que no sería superado hasta después de la II Guerra Mundial. La victoria aliada contra el fascismo alemán comandado por Hitler fue el oxigeno que alimentó la recuperación de la economía norteamericana y del capitalismo en boga
Pero el imperialismo, como fase superior del capitalismo, y la fuerza política y económica de los monopolios –corporaciones multinacionales- no sería tal sin el surgimiento a principios de los años ochenta de lo que hemos dado en llamar Revolución Científico-Técnica. Un verdadero salto cualitativo producido por los portentosos avances en la ciencia aplicada a la tecnología. Surgen las tecnologías de punta, entre ellas la robótica, la cibernética, y se inicia una nueva etapa de superproducción de bienes y servicios; la capacidad industrial instalada actual es tal que puede surtir otros tres o cuatro planetas igual al nuestro, lo mismo en ropa, electrodomésticos o automóviles. La informática se expande con el internet y la antes inmensidad del mundo se reduce hoy a una aldea global.
Esos cambios de calidad surgidos de la Revolución Científico-Técnica traen como resultado la era de la globalización. El mundo se hace pequeño y la economía mundial se conecta bajo un solo mando, el de los monopolios y los centros financieros. Debido a la interconexión financiera global surgen los llamados efectos “domino”, que se encargan de trasladar hasta los confines del planeta lo mismo el optimismo que el pesimismo de los dueños del capital; las economías del mundo exportan en cuestión de segundos la euforia que hace subir las bolsas lo mismo que los terremotos financieros que no respetan fronteras geográficas. Otro de los frutos de la llamada globalización es la economía ficticia y especulativa, compuesta de capitales golondrinos que saltan de país en país en busca de ganancias fáciles a través del mercadeo de acciones, los cuales tienen la capacidad de desequilibrar la economía de cualquier país.
En lo político, la Revolución Científico-Técnica y su producto la globalización neoliberal produjo la derechización del mundo. La mega industrialización, la fuerza económica de los monopolios y los centros financieros catapultaron a los partidos políticos de derecha y tomaron el poder en casi todo el mundo. El campo socialista colapsó y la Unión Soviética se desintegró. Surge entonces la etapa actual en la que nos encontramos: el mundo unipolar, dominado por la hegemonía del imperialismo norteamericano. Un orden económico dominado por la potencia del norte que gobierna el mundo sin contrapesos que puedan equilibrar los intereses multilaterales de los pueblos. Una dictadura monopolista global que impone un modelo concentrador de la riqueza; que promueve la desigualdad social y la pobreza; que impone las políticas del mercado, los acuerdos de libre comercio, y el modelo político sostenido por la democracia de mercado.
Con todas estas reflexiones previas ya podemos sostener que la actual crisis financiera no surge por sí sola ni se da por generación espontánea. Esta crisis que arrastra a la economía del mundo al precipicio es uno de los efectos devastadores de una crisis general del modo de producción capitalista. No es en modo alguno una crisis aislada, sino que tiene que ver con todo el contexto general del desarrollo de la economía.
Recordemos sólo tres crisis que se han juntado en una sola al mismo tiempo. Primera. A principios del año estalló la crisis alimentaria; crisis a la que nos ha llevado el abandono presupuestal del campo, el desmantelamiento de las instituciones oficiales que se encargaban de la producción del campo (Fertimex, Conasupo, Etc.,), dejando la política de la producción de alimentos en manos de las corporaciones multinacionales. El abandono del campo y de nuestra soberanía alimentaria trajo sus consecuencias; se dejó sentir el alza generalizada de los artículos de la canasta básica de consumo popular y la caía general de la economía.
Sólo por citar algunos incrementos tenemos los siguientes: el precio de la tortilla ha aumentado en 42 por ciento; el pan 60 por ciento; la leche 35 por ciento; el huevo 80 por ciento; el fríjol 100 por ciento; la lenteja 130 por ciento; el arroz 130 por ciento; el aceite 113 por ciento; la carne de res 60 por ciento; la carne de cerdo 50 por ciento; el café 65 por ciento; el azúcar 40 por ciento; las pastas para sopa 62 por ciento; la gasolina 10 por ciento; el diesel 18 por ciento; el gas 20 por ciento; y la luz, sólo en lo que va del año, 100 por ciento. El Banco Mundial estimó en enero pasado, que a la cifra actual de mexicanos en pobreza extrema, se le sumarían otros 7.5 millones más como producto de la crisis alimentaria.
Segunda. Hay que sumar a ese panorama la crisis energética, vinculada estrechamente con el capital especulativo que se mueve en las bolsas de valores alrededor del mundo. El precio del barril de petróleo crudo llegó a cotizarse hace unos meses en cerca de los 150 dólares, y ahora mismo anda por debajo de los 60 dólares por barril. La crisis energética es otro elemento desestabilizador de las economías emergentes.
Y tercera. A este panorama devastador se le suma el estallido de la crisis financiera, la cual comenzó en los Estados Unidos con los terremotos bursátiles y grandes bancos declarados en quiebra - dicen allá- por el problema inmobiliario. El pueblo norteamericano se declaró en quiebra porque no puede pagar su tarjeta de crédito, sus casas ni sus automóviles, por insolvencia económica total de la clase trabajadora del vecino país del norte.
Aquí es donde debemos aclarar que la quiebra económica de los Estados Unidos no surgió hace un mes, sino que ha ido a la baja de manera sostenida desde hace por lo menos diez años, desde el final de la bonanza clintoniana. Esa debacle financiera se debe en buena parte al fenómeno de la globalización; las grandes corporaciones multinacionales, la gran industria y hasta parte de la agricultura, fueron empujadas a producir fuera del territorio geográfico de los Estados Unidos, en busca de mano de obra barata, casi esclava, infraestructura gratuita y condonación de impuestos, en los países subdesarrollados, para mejorar lo que ellos llaman “competitividad en la producción”. En ese proceso la clase obrera norteamericana se queda sin trabajo, porque sus empleos se los llevan a otros lados; se declaran insolventes para pagar sus deudas, y el gobierno tiene que desembolsar más dinero en los programas sociales y cubrir el desempleo.
Además, por si fuera poco, hay que recordar que el déficit fiscal del gobierno de los EU es el más grande del mundo, con cerca de 800 mil millones de dólares. Es la norteamericana una economía ficticia, irreal, especulativa, que gasta más de lo que produce, y que tarde o temprano estallaría la mega crisis financiera que estamos viendo. Lógicamente que, siendo EU la cabeza del caduco y obsoleto orden financiero internacional, en su caída estrepitosa se lleva por delante a las economías del mundo; es el efecto dominó que opera por medio de la interconexión financiera del mundo globalizado.
Las bolsas de valores del mundo ya venían desplomándose desde hace meses, he aquí solo unos datos. De enero a la fecha, Londres ha registrado a la baja pérdidas por el 39 por ciento; París, 43.4 por ciento; Francfort, el Dax, 43.6 por ciento; Nueva York, el Dow Jones, 38.9 por ciento; Hong Kong, 46.8 por ciento; Tokio, el índice Nikkei, 45.9 por ciento. Ante el cataclismo financiero y el pánico de los especuladores y agiotistas, de inmediato se reunieron en los grandes foros la alta representación del sistema financiero y los gobiernos neoliberales; el G7, el G20, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Eurogrupo. Acordaron inmediatamente disponer de los erarios públicos y el saqueo de los pueblos para resarcir las grandes pérdidas privadas. Sólo los gobiernos de los países europeos anunciaron planes de apoyo al sector bancario por la cantidad de 2.2 billones de dólares; al mismo tiempo que el Banco Mundial anunciaba el paquete financiero por la ridícula cantidad de 1200 millones de dólares para apoyar a las economías emergentes, a afrontar la pobreza que producirá la crisis financiera.
Algunos han dado en calificar esos escandalosos rescates con fondos públicos como “nacionalizaciones”, lo que es un total contrasentido, un barbarismo. Nunca podrá equipararse –por ejemplo- la nacionalización del petróleo o de la industria eléctrica, verdaderas reivindicaciones patrimoniales a favor del pueblo, con un vulgar saqueo a favor de intereses particulares, como lo fue y sigue siendo el desafortunado Fobaproa.
Las grandes cadenas informativas del imperialismo dan cuenta del estallido de la crisis financiera que inició hace unas semanas, para ellos apenas comienza, pero habrá que recordarles que la clase obrera tiene más de 20 años sufriendo sobre sus espaldas una infame y criminal política salarial restrictiva; el salario mínimo oficial es apenas de 52 pesos por jornada, pero ésta crisis que viven las grandes mayorías de la población no les interesa. Los trabajadores ya están hartos y cansados de vivir en esta esclavitud oprobiosa, por eso ven en la presente convulsión, no una amenaza a su precaria existencia, sino una oportunidad de precipitar la construcción de un porvenir más justo y luminoso para todos los seres humanos.
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viernes, 17 de octubre de 2008

ANIVERSARIO DEL NATALICIO DE JOHN REED

CXXI ANIVERSARIO DEL NATALICIO DE JOHN REED
UN PERIODISTA REVOLUCIONARIO


La primera ciudad norteamericana en que los obreros se negaron a cargar armas y municiones para el ejército de Koltchak fue la ciudad de Portland, en la costa del Pacífico. En esta ciudad nació John Reed el 22 de octubre de 1887.
Su padre era uno de aquellos recios pioneros, de espíritu recto, que Jack London pinta en sus relatos sobre el Oeste norteamericano. Hombre de aguda inteligencia que odiaba la falacia y la hipocresía, en vez de ponerse, como tantos otros, al lado de las gentes ricas e influyentes, se enfrentó a ellas y, cuando los monopolios, como pulpos gigantescos, se apoderaron de los bosques y otras riquezas naturales del Estado, emprendió una lucha encarnizada en contra de ellos. Fue perseguido, combatido a muerte, despedido de su empleo. Pero jamás capituló ante sus enemigos.
John Reed recibió de su padre una buena herencia: una inteligencia despierta y aguda, un temperamento de luchador, un espíritu intrépido y valeroso. Sus brillantes dotes se manifestaron desde edad temprana, y al terminar sus estudios secundarios fue enviado a Harvard, la más famosa Universidad de los Estados Unidos. Allí enviaban a sus hijos los reyes del petróleo, los barones de la hulla y los magnates del acero, sabiendo perfectamente que al cabo de cuatro años de deportes, de lujo y de "aburrido estudio de una serie de ciencias tediosas" volverían a casa con el espíritu depurado de la más leve sospecha de radicalismo. De este modo se moldean en los colegios y universidades decenas de millares de jóvenes norteamericanos, que salen de las aulas convertidos en aguerridos defensores del orden establecido, en guardias blancos de la reacción.
John Reed pasó cuatro años detrás de los muros de Harvard, donde sus atractivos personales y sus dotes lo hicieron querido de todos. Convive diariamente con los jóvenes vástagos de las clases ricas y privilegiadas. Sigue las lecciones grandilocuentes de los reflexivos y ortodoxos profesores de sociología; escucha los sermones de los sumos sacerdotes del capitalismo, los profesores de Economía Política. Y acaba organizando un club socialista en el corazón de esta fortaleza de la plutocracia. Fue un verdadero bofetón asestado en la cara de estos sabios ignaros. Sus profesores se consolaron pensando que sólo se trataba, sin duda, de una travesura de muchacho. "El radicalismo -se dijeron- se le pasará apenas cruce las puertas del colegio y se encare con la realidad de la vida."
Terminados sus estudios y habiendo obtenido su grado universitario, John Reed se lanzó al amplio mundo, y en un período de tiempo increíblemente breve lo conquistó, gracias a su amor a la vida, a su entusiasmo y su pluma. Siendo todavía estudiante había colaborado en un periódico satírico titulado Latroon (El Burlón), haciendo gala de un estilo ingenioso y brillante. De su pluma brotó ahora un torrente de poemas, de relatos, de dramas. Los editores lo asaltaban con proposiciones, las revistas ilustradas le ofrecían sumas casi fabulosas, los grandes diarios le pedían crónicas sobre los acontecimientos más importantes de la vida en el extranjero.
Se convirtió así en peregrino de los grandes caminos del mundo. Quien quisiera estar al corriente de la vida contemporánea no tenía más que seguir a John Reed; como el albatros, el ave de las tempestades, estaba presente dondequiera que sucedía algo importante.
En Paterson, una huelga de los obreros textiles fue creciendo hasta convertirse en una tempestad revolucionaria: allí estaba John Reed, en el corazón de la tormenta. En Colorado, los esclavos de Rockefeller salieron de sus fosas y se negaron a volver a ellas, desafiando las macanas y los fusiles de los guardias: allí estaba John Reed, al lado de los rebeldes.
En México, los peones oprimidos levantaron el estandarte de la revuelta y, con Pancho Villa a la cabeza, marcharon sobre el Palacio Nacional; John Reed cabalgaba mezclado con ellos. El relato de esta lucha vio la luz en la revista Metropolitan y más tarde en el libro México en armas. Con patetismo auténticamente poético, John Reed pintó en estas páginas las montañas de color púrpura y los inmensos desiertos "defendidos, todo en torno, por las espinas de los cactus gigantes". Le gustaban las llanuras infinitas, pero amaba sobre todo a los hombres que moraban en ellas, explotados sin compasión por los terratenientes y la Iglesia católica. Reed los describe bajando con sus rebaños de los pastizales de las montañas para unirse a los ejércitos libertadores, cantando al atardecer junto a las hogueras del campamento y combatiendo aguerridamente por la tierra y la libertad, a despecho del frío y el hambre, descalzos y cubiertos de harapos.
Estalla la guerra imperialista. Dondequiera que truena el cañón, allí está John Reed: en Francia, en Alemania, en Italia, en Turquía, en los Balcanes, en Rusia. Por haber denunciado la traición del funcionario zarista y recogido documentos que demostraban su participación en la organización de las matanzas antisemitas fue detenido por los esbirros en unión del célebre pintor Bordman Robinson. Pero, como de costumbre, valiéndose de una hábil intriga, de un azar afortunado o de un astuto subterfugio, logró escapar de sus garras y lanzarse riendo a la nueva aventura. El peligro jamás lo detuvo. Era su elemento natural. Siempre se las arreglaba para llegar a las zonas prohibidas, a las líneas avanzadas de las trincheras.
¡Cuan vivo permanece en mi recuerdo el viaje que hice con John Reed y Boris Reinstein por el frente de Riga, en septiembre de 1917! Nuestro automóvil se dirigía al Sur, hacia Venden, cuando la artillería alemana comenzó a bombardear un pueblo situado al Este. De pronto, este pueblo se convirtió para John Reed en el lugar más interesante del mundo. Se empeñó en que fuésemos allí. Marchábamos prudentemente a rastras. De pronto estalló detrás de nosotros un enorme proyectil, y en el sitio por el que acabábamos de pasar brotó una columna negra de humo y polvo.
Llenos de miedo, nos agarramos unos de los otros, pero minutos después John Reed estaba radiante. Parecía como si hubiese satisfecho una necesidad imperiosa de su naturaleza.
Así recorría el mundo, de un país a otro, de un frente a otro, de una a otra aventura extraordinaria. Pero John Reed no era simplemente un aventurero, un periodista, un espectador indiferente, un observador impasible de los sufrimientos humanos. Lejos de ello, estos sufrimientos eran los suyos propios. El caos, el lodo, los sufrimientos y la sangre vertida ofendían su sentimiento de la justicia y del decoro. Trataba obstinadamente de descubrir la raíz del mal, para extirparla.
Cuando regresaba a Nueva York de sus andanzas por el mundo no era para descansar, sino para seguir trabajando en defensa de sus ideas. A su vuelta de México declaró: "Sí, México se halla sumido en la revuelta y el caos. Pero la responsabilidad de ello no recae sobre los peones sin tierra, sino sobre los que siembran la inquietud mediante envíos de oro y de armas, es decir, sobre las compañías petroleras inglesas y norteamericanas en pugna..."
Regresó de Paterson para montar en la sala más capaz de Nueva York, en Madison Square Garden, una grandiosa representación dramática titulada "La batairífclel proletariado de Paterson contra el capital".
Trajo de Colorado el relato de los asesinatos de Ludlow, cuyo horror casi superaba al denlos fusilamientos del Lena, en la Siberia. Contó cómo los mineros eran arrojados de sus casas, cómo vivían en tiendas de campaña, cómo estas tiendas eran rociadas de gasolina e incendiadas, cómo los soldados disparaban contra los obreros que corrían, y cómo perecieron entre las llamas una veintena de mujeres y niños. Dirigiéndose a Rockefeller, rey de los millonarios, declaró: "Esas son tus minas, esos son tus bandidos mercenarios y tus soldados. ¡Sois unos asesinos!"
Regresaba de los campos de batalla no con triviales charlas acerca de las ferocidades de tal o cual beligerante, sino maldiciendo la guerra en sí, como una carnicería, un baño de sangre organizado por los imperialismos rivales. En el Liberator, revista progresiva de carácter revolucionario, a la que entregaba gratuitamente sus mejores escritos, publicó un virulento artículo antimilitarista bajo los titulares: "Prepara una camisa de fuerza para tu hijo soldado". Fue llevado con otros autores ante un Tribunal de Nueva York, acusado de alta traición. El fiscal hizo lo indecible por arrancar de los jurados patriotas un veredicto que sirviera de escarmiento; llegó incluso a situar cerca de los edificios del tribunal una banda que estuvo tocando himnos nacionales todo el tiempo que duraron las deliberaciones. Pero Reed y sus compañeros defendieron valientemente sus convicciones. Después de que Reed hubo declarado gallardamente que consideraba como su deber luchar por la transformación social bajo la bandera revolucionaria, el fiscal le dirigió esta pregunta:
-Pero, en la actual guerra, ¿combatiría usted bajo la bandera norteamericana? -¡No! -contestó Reed en forma categórica. -¿Y por que?, a manera de respuesta, John Reed pronunció un discurso apasionado en el que pintaba los horrores de que había sido testigo en los campos de batalla. Su narración fue tan elocuente, tan impresionante, que incluso algunos de los jurados miembros de la pequeña burguesía y ya prevenidos contra los acusados no pudieron contener las lágrimas. Todos los redactores fueron absueltos.
En el momento en que los Estados Unidos entraban en la guerra, John Reed hubo de sufrir una operación quirúrgica. Le extirparon un riñón. Los médicos lo declararon inútil para el servicio militar. La pérdida de un riñón -decía irónicamente- me puede librar de hacer la guerra entre dos pueblos. Pero no me exime de hacer la guerra entre las clases.
En el verano de 1917, John Reed salió apresuradamente para Rusia, donde había percibido, en los primeros combates revolucionarios, la proximidad de una gran guerra de clases.
Un rápido análisis de la situación le llevó a la conclusión de que la conquista del poder por el proletariado ruso era lógica e inevitable. Todas las mañanas, al despertarse, comprobaba, con una pena rayana en la irritación, que la revolución no había comenzado todavía. Por último, el Smolny dio la señal y las masas se lanzaron a la lucha revolucionaria. De la manera más natural del mundo, John Reed se lanzó con ellas. En todas partes, como dotado del don de ubicuidad, se halló presente: en la disolución del parlamento, en el levantamiento de las Barricadas, en el delirante recibimiento tributado a Lenin y a Zinoviev al salir de la clandestinidad, en la caída del Palacio de Invierno... Pero todo esto lo ha referido él en su libro.
Por dondequiera que pasaba iba recogiendo documentos. Reunió colecciones completas de la Pravda y la Izvestia, proclamas, bandos, folletos y carteles. Sentía una especial pasión por los carteles. Cada vez que aparecía uno nuevo no dudaba en despegarlo de las paredes si no podía obtenerlo de otro modo.
Por aquellos días, los carteles aparecían en tal profusión y con tal rapidez, que los fijadores tropezaban con dificultades para encontrar sitio donde pegarlos en las paredes. Los carteles de los kadetes, de los socialrevolucionarios, los mencheviques, los socialrevolucionariós de izquierda y los bolcheviques, eran pegados unos encima de otros, en capas tan espesas, que un día Reed desprendió dieciséis sobrepuestos. Me parece verle en mi cuarto mientras tremolaba la enorme plasta de papel, gritando: "¡Mira! ¡He agarrado de un golpe toda la revolución y la contrarrevolución!"
Fue formando así, por los procedimientos más diversos, una colección formidable de documentos. Tan formidable que, al desembarcar en el puerto de Nueva York, después de 1918, los agentes de la Procuraduría de los Estados Unidos le despojaron de ella. Logró, sin embargo, rescatarla y ponerla a buen recaudo en el cuartucho neoyorquino donde, entre el estruendo de los trenes aéreos y los subterráneos corriendo sobre su cabeza y debajo de sus pies, escribió su libro DIEZ DÍAS QUE ESTREMECIERON AL MUNDO
Como es natural, los fascistas norteamericanos no tenían el menor deseo de que este libro llegase a conocimiento del público. En seis ocasiones se introdujeron en las oficinas de la casa editora, tratando de robar el manuscrito. Una fotografía de John Reed lleva esta dedicatoria: "A mi editor, Horace Liveright, que ha estado a punto de arruinarse por lanzar este libro".
No fue este libro el único fruto de su actividad literaria relacionado con la propaganda de la verdad sobre Rusia. La burguesía no quería, naturalmente, oír hablar de esa verdad. Odiaba y temía a la Revolución rusa, a la que trató de ahogar en un torrente de mentiras. Las tribunas políticas, las pantallas de los cines, las columnas de los periódicos y de las revistas desparramaban oleadas interminables de repugnantes calumnias. Las revistas que antes se desvivían por obtener artículos de Reed se negaban ahora a publicar ni una sola línea escrita por él. Pero no podían impedirle que hablara. Y John Reed tomaba la palabra en mítines donde las multitudes se apretujaban.
Fundó una revista. Se incorporó a la redacción de la revista socialista The Revolutionary Age ("La Edad Revolucionaria") y después a la del Communist. Escribió artículo tras artículo para el Liberator, recorrió el país, participó en conferencias, atiborrando de datos a cuantos le escuchaban, contagiándoles su pasión combativa, su ardor revolucionario. Por último, organizó con su grupo, en el mismo corazón del capitalismo norteamericano, el Partido Obrero Comunista, lo mismo que diez años antes había organizado un club socialista en el propio corazón de la Universidad de Harvard.
Como de costumbre, los "sabios" se habían equivocado. El radicalismo de John Reed había sido cualquier cosa menos un "capricho pasajero", una "travesura de muchacho". Contra sus pronósticos, el contacto con el mundo exterior no había curado a John Reed de sus "locuras". Por el contrario, sólo había servido para reafirmar y reforzar su radicalismo,. Cuan firmes y profundas eran las convicciones de John Reed pudo comprobarlo la burguesía norteamericana leyendo The Voice of Labour, el nuevo órgano comunista que se publicaba bajo la dirección de nuestro autor.
La burguesía de los Estados Unidos comprendió que, por fin, su patria contaba con un auténtico revolucionario. La sola palabra "revolucionario" la hace temblar. Es cierto que Norteamérica ha conocido revolucionarios en el remoto pasado y todavía hoy existen en el país sociedades como las que se adornan con los nombres de Hijos de la Revolución Norteamericana, que recuerdan aquellos tiempos. Es la forma que tiene la burguesía reaccionaria de rendir homenaje a la revolución de 1776. Pero aquellos revolucionarios hace ya mucho tiempo que dejaron este mundo.
En cambio, John Reed era un revolucionario viviente, increíblemente vivo y dinámico, ¡un verdadero desafío para la burguesía! Había que encerrarlo a toda costa detrás de las rejas de la prisión. John Reed fue, pues, detenido y encarcelado. Y no una vez, ni dos, sino veinte veces. En Filadelfia, la policía clausuró el local donde John Reed iba a tomar la palabra en un mitin. John Reed se subió a una caja de jabón y, desde esta tribuna improvisada, en plena calle, habló a un nutrido auditorio. El mitin tuvo tanto éxito, despertó tal simpatía que, detenido el orador por "alteración del orden público", no fue posible convencer al jurado de que pronunciase un veredicto condenatorio. Parecía como si las autoridades de todas las ciudades de los Estados Unidos no se sintieran contentas hasta haber detenido a John Reed una vez por lo menos.
Pero siempre lograba salir en libertad bajo fianza o un aplazamiento del juicio que aprovechaba para ir a librar otra batalla en un nuevo terreno. La burguesía occidental ha hecho ya un hábito el achacar todas sus desgracias y todos sus reveses a la Revolución rusa. Uno de sus crímenes más nefastos es haber sacado de quicio a este joven norteamericano, de dotes tan brillantes, convirtiéndolo en fanático de la revolución. Así piensa la burguesía. La realidad es un poco diferente.
La verdad es que no fue Rusia quien hizo de John Reed un revolucionario. Desde el día en que nació corría por sus venas sangre revolucionaria norteamericana. Por mucho que constantemente y en todas parte se considera a los norteamericanos como gentes orondas y bien nutridas, satisfechas de sí mismas y reaccionarias, todavía circula por sus venas el espíritu de inconformidad y de rebeldía. Basta recordar a los grandes rebeldes de otros días: Thomas Paine, Walt Whitman, John Brown, Parsons. Y ahí están también, en fecha más cercana, los camaradas de armas de John Reed: Bill Haywood, Robert Minor, Rootenberg y Foster. Basta recordar los sangrientos conflictos de los distritos industriales de Homestead, Pullman y Lawrence y las luchas de la I.W.W. Todos ellos -los dirigentes y las masas- eran hombres de pura estirpe norteamericana. Y aunque en la hora actual los hechos parecen desmentirlo, la sangre de los norteamericanos está fuertemente impregnada de espíritu de rebelión.
No vale decir, por tanto, que fue Rusia la que hizo de John Reed un revolucionario. Sí hizo de él, es verdad, un revolucionario consecuente y de mentalidad científica. Este es su mérito. Rusia llevó a su mesa de trabajo los libros de Marx, Engels y Lenin. Le ayudó a comprender el proceso histórico y la marcha de los acontecimientos. Le ayudó a cambiar sus puntos de vista humanistas un poco vagos por los hechos escuetos y rudos de la economía política. Le ayudó a convertirse en un educador del movimiento obrero americano y a esforzarse por situarlo sobre aquellos cimientos científicos en los que él mismo había asentado sus convicciones.
-La política no es tu fuerte, John -le decían algunas veces sus amigos-. Tú no has nacido para propagandista, sino para artista. Debes consagrar tu talento exclusivamente al trabajo literario creador. Reed sentía con frecuencia la verdad de estas palabras, pues en su mente brotaban sin cesar nuevos poemas, nuevos dramas, que buscaban a cada paso su expresión, que aspiraban a revestir forma poética. Y cuando sus amigos insistían en que abandonara la propaganda revolucionaria y se entregara a su pluma, les contestaba sonriendo: Está bien, en seguida os daré gusto.
Pero ni por un memento interrumpía sus actividades revolucionarias. Aquello era superior a sus fuerzas. La Revolución rusa se había adueñado de él en cuerpo y alma, lo cautivaba, lo obligaba, quisiera o no, a someter su temperamento anárquico, vacilante, a la rigurosa disciplina mental del comunismo. Lo había enviado, como una especie de profeta, con la antorcha encendida a las ciudades de Norteamérica. Hasta que, un buen día, la Revolución lo llamó a Moscú para trabajar en la Internacional Comunista por la unificación de los dos partidos comunistas existentes en los Estados Unidos.
Pertrechado con nuevos conocimientos de la teoría revolucionaria, John Reed emprendió un viaje clandestino rumbo a Nueva York. Denunciado por un marinero, lo obligaron a desembarcar y fue recluido en la celda de una cárcel de Finlandia. Desde allí logró llegar de nuevo a Rusia, escribió en las páginas de la Internacional Comunista, reunió documentos para un nuevo libro, fue enviado como delegado al Congreso de los pueblos de Oriente, celebrado en Bakú. Pero habiendo contraído el tifus (probablemente en el Cáucaso) y agotado por el exceso de trabajo, la enfermedad lo abatió, y murió el domingo 17 de octubre de 1920.
Muchos combatientes del temple de John Reed han luchado contra el frente contrarrevolucionario, en los Estados Unidos y en Europa con la misma determinación con que el Ejército rojo peleó frente a la contrarrevolución en la U.R.S.S. Unos han caído víctimas de la furia homicida; otros han enmudecido para siempre en las cárceles; uno perdió la vida en una tempestad desatada en el Mar Blanco, de regreso a Francia; otro se estrelló en San Francisco con el avión desde el que lanzaba proclamas protestando contra la intervención. El asalto del imperialismo contra la revolución ha sido furioso, pero más todavía habría podido serlo de no haber existido estos combatientes.
No cabe duda de que hombres como éstos han contribuido en algo a contener los embates de la contrarrevolución. La Revolución rusa no ha contado solamente con la ayuda de los rusos, los ucranianos, los tártaros y los caucasianos; también han aportado a ella sus esfuerzos, siquiera sea en menor medida, los franceses, los alemanes, los ingleses, los norteamericanos y otros pueblos. Entre estos hombres "no rusos" descuella en primer plano la figura de John Reed, hombre de dotes excepcionales, arrebatado por la muerte cuando se hallaba en la plenitud de sus fuerzas...
Cuando de Helsingfors y de Reval llegó la noticia de su muerte estábamos convencidos, en los primeros momentos, de que era una mentira más de las muchas que salen a diario de las fábricas de falsedades contrarrevolucionarias. Pero cuando Louise Bryant nos confirmó la desconcertante noticia tuvimos que abandonar, pese a nuestro dolor, la esperanza de verla desmentida.
A pesar de que la muerte sorprendió a John Reed en el exilio, desterrado de su patria y condenado a una pena de cinco años de cárcel, la misma prensa burguesa se vio obligada a rendir tributo al artista y al hombre. Un suspiro de alivio se escapó del pecho de los burgueses: ¡John Reed, el gran desenmascarador de sus mentiras y de su hipocresía, el hombre cuya pluma era para ellos un azote, ya no existía!
Los revolucionarios de los Estados Unidos han sufrido una pérdida irreparable. Es muy difícil para los camaradas que viven fuera de Norteamérica calibrar el profundo duelo provocado por su muerte. Los rusos consideran como algo perfectamente natural y lógico el que un hombre muera por sus convicciones. No hay por qué derramar lágrimas sobre una muerte así. Miles y decenas de miles de hombres han dado su vida por el socialismo en la Rusia soviética. En los Estados Unidos, las vidas así inmoladas no abundan. Si se quiere, John Reed fue el primer mártir de la revolución, el que marcó el camino seguido luego por miles. El brusco final de su vida, verdaderamente meteórica, en la lejana Rusia cercada por el bloqueo, fue un golpe terrible para los comunistas norteamericanos.
Un consuelo les queda a sus viejos amigos y camaradas; los restos de John Reed reposan en el único lugar en el mundo donde él quería encontrar su último descanso: en la Plaza Roja de Moscú, al pie de las murallas del Kremlin.
Sobre su nicho se ha colocado una piedra sepulcral a tono con su carácter, una piedra de granito sin pulir en la que aparecen grabadas estas palabras: JOHN REED, DELEGADO A LA TERCERA INTERNACIONAL, 1920.
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martes, 14 de octubre de 2008

viernes, 10 de octubre de 2008

LA CRISIS

LA CRISIS DEL CAPITALISMO JAMAS VISTA
¿ES EL FIN DE LA HISTORIA?

Cuando en 1989 caía el muro de Berlín, después la desintegración de la Unión Soviética y el colapso del campo socialista a principios de los noventas del siglo pasado, el asesor financiero de la Casa Blanca, Francis Fukuyama, elaboró su teoría que llamó “el fin de la historia”, mediante la cual sostenía que, sin oposición al frente y con el colapso de los países que construían el socialismo, el triunfo del capitalismo capitaneado por los Estados Unidos era definitivo y estaba destinado a prolongarse a perpetuidad por los siglos de los siglos.
Hoy, después de pocos años de borrachera triunfalista de los ideólogos de los mercados financieros y el sistema expoliador del capitalismo salvaje la euforia ha terminado. Los comunistas condenados por aquel ideólogo norteamericano a desaparecer de la faz de la tierra pueden sentenciar objetivamente que la crisis actual del sistema financiero internacional será más pronto que tarde el colapso total del capitalismo, y con él, el fin de la historia profetizada por el asesor financiero de la Casa Blanca, pero al revés. El modo de producción económica sentenciado a muerte hoy es otro.
Quiérase o no, estamos ante el umbral de una nueva etapa en la historia de la humanidad, seguramente más luminosa y próspera para los pueblos, porque la convulsión actual obligará a precipitar el porvenir. Cuando la noche es más negra es porque está a punto de un nuevo amanecer. Una nueva etapa que se construirá sobre la misma globalización que nos ha dejado el progreso de la ciencia y la técnica, sólo que ahora será en beneficio de los pueblos y no de los explotadores y saqueadores de los pueblos subyugados.
Las bolsas de valores y el sistema bancario internacional están en caída libre, sin ningún poder sobrenatural que los salve de la catástrofe. En los Estados Unidos, la recesión económica y la crisis de 1929 serán una etapa de progreso comparada con los devastadores escenarios que afrontará el pueblo norteamericano y el mundo entero, pero especialmente los países subdesarrollados con capitalismo dependiente. Ni los cuadros de inteligencia financiera forjados en las altas escuelas del imperialismo norteamericano, como son las universidades de Harvard y la de Yale, en Washington, han sabido explicarse objetivamente el porqué no ha cesado la incertidumbre entre los dueños del dinero, a pesar de que el gobierno de Bush acudió generoso al rescate y llamado de auxilio con 700 mil millones de dólares, con cargo a los impuestos que paga el pueblo. Ni rescates voluminosos a favor del agiotismo y la especulación -que algunos por ignorancia llaman “nacionalizaciones”- ni bajas en los tipos de interés han logrado calmar el pánico de los mercados. Los expertos financieros están fracasando y no encuentran la explicación del terremoto financiero.
La campaña mediática que da a conocer esta crisis está en su clímax, la caja de resonancia aturde a los pueblos con los problemas que hoy afronta el mundo financiero. Se habla mucho y de forma parcial del problema de liquidez del capital especulativo, pero de la infame crisis que vive la clase trabajadora desde hace más de 20 años, soportando sobre sus espaldas una criminal política salarial restrictiva, los accionistas de las bolsas nunca se han acordado, para ellos la crisis apenas ha comenzado. No cabe duda de que en esta lucha de clases cada quien entierra a sus muertos, porque la clase poseedora es sensible sólo al dolor propio, pero insensible ante el ajeno.
A los banqueros y bolsistas los gobiernos neoliberales los rescatan y les resarcen sus pérdidas, ellos no pierden, mientras que los esclavos del salario mínimo lo único que los salva de seguir sufriendo es la tumba. El saqueo de los pueblos se llevará hasta el límite para salvar a los negociantes particulares; en los pueblos la irritación y la violencia social crecerá ante los despojos que sufrirán sus mermados bolsillos. El tiempo de las transformaciones mundiales ha llegado ya.
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sábado, 4 de octubre de 2008

Los últimos estertores de un cadaver

AGONIZA LA DICTADURA DEL CAPITAL FINANCIERO

Un fantasma recorre el mundo; es el cataclismo del sistema financiero internacional liderado por el imperialismo norteamericano el que está provocando el pánico en las bolsas de valores del mundo entero. Los amos y señores del agiotismo, de la usura y la especulación de capitales están nerviosos porque su reinado ficticio está sucumbiendo ante la cruda realidad. La enorme burbuja de los capitales especulativos que subió hasta la cúspide para gobernar desde ahí al capital productivo e imponer su nefasto orden económico sobre el mundo entero ha estallado para no volver a recuperarse.
Ante el descomunal derrumbe financiero y las quiebras históricas de los bancos del imperialismo estadounidense, está actuando apresuradamente la pandilla de administradores que ellos mismos han instalado en los gobiernos para la administración política de sus intereses. En Estados Unidos, lo mismo Bush, Mc Cain u Obama hacen hasta lo imposible por salvar de la bancarrota a sus verdaderos patrones. No importando que el salvamento sea con cargo a los impuestos que paga el pueblo norteamericano; repitiendo la misma y muy conocida receta fondomonetarista empleada en México para rescatar a los banqueros mediante la instrumentación del llamado Fobaproa, el robo más escandaloso en la historia nacional.
La misma receta saqueadora de los pueblos inermes y que ha tomado carta de naturaleza desde que se implantó el reinado de la globalización neoliberal: salvar a los ricos con el dinero de los pobres, privatizando las ganancias y socializando las pérdidas.
Los administradores políticos que sostienen la mundialización de capitales especulativos se baten a duelo para ver quiénes son más “responsables”. Los europeos acusan a la Casa Blanca y al Congreso Norteamericano de irresponsabilidad en el manejo de la crisis; le reclamaron airadamente por el rechazo del Congreso al plan de rescate de 700 mil millones de dólares, presentado por Bush en su primer intento y exigieron asumir su responsabilidad para evitar que la crisis originada en ese país azote a todo el mundo.
El portavoz de la Comisión Europea Johannes Lainterberger le recordó a la Casa Blanca y al Congreso que Europa y sus autoridades sí están cumpliendo con sus responsabilidades, como lo ha demostrado con las numerosas intervenciones que efectuó hace una semana para salvar de la quiebra a un racimo de bancos; por supuesto con el dinero que aporta el pueblo a través de sus impuestos.
Los grandes capitalistas y sus administradores en el gobierno, siempre tan enemigos de la intervención del Estado en la economía, ahora sin el menor recato echan mano de él para resarcir sus pérdidas. Así, el Estado neoliberal es una maquinaria a su exclusivo servicio, y debe ser tan fuerte como sea necesario para garantizar la salvación periódica de los negocios particulares. Hasta que el cansancio de los pueblos ante la sobre explotación y la tiranía termine en una rebelión contra el injusto y caduco orden económico internacional.
La sentencia de Karl Marx en el Manifiesto del Partido Comunista se está materializando: “Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros”.

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