lunes, 13 de abril de 2009

EL TRIUNFO DE LA REACCION ES MORALMENTE IMPOSIBLE

RECORDEMOS LA OBRA INMORTAL DE BENITO JUAREZ

Cuando “Desde la Fe” se hacen sonar las campanas para llamar al pueblo a emitir un voto de castigo hacia los adversarios políticos, haciendo más que evidentes ante la opinión publica los intereses electorales del clero y su brazo electoral, el Partido Acción Nacional, resulta necesario recurrir a las enseñanzas del patricio oaxaqueño. Cuando la soberanía y la independencia nacionales se ven comprometidas ante el asedio del imperio yanqui, que amenaza con intervenir militarmente en nuestro país para “ayudar” generosamente a erradicar las bandas delictivas de narcotraficantes, resulta imprescindible rescatar la vigencia plena de la obra juarista.

Las circunstancias y el marco histórico que nos rodea son difíciles, igual lo eran en los tiempos juaristas, pero su espíritu indomable, su elevado patriotismo, y su temple ante la adversidad junto al empuje del pueblo fueron determinantes para escribir la epopeya victoriosa en el Cerro de las Campanas. Urge que retomemos sus cualidades de patriota y de guerrero invencible para celebrar cada quien desde nuestro puesto de combate el 203 aniversario del natalicio juarista.

Los pilares fundamentales de la nación mexicana son Hidalgo, Morelos y Juárez. Constituyen la misma lucha, el mismo ideal, el mismo rumbo, Hidalgo ha trascendido al paso del tiempo, porque además de iniciar la lucha por la independencia de la patria, emergió como un profundo reformador social que con gran visión supo determinar que la lucha insurgente debía ser también la lucha para obtener mejores condiciones de vida del pueblo, mediante la destrucción del orden colonial de la Nueva España; caracterizado por la explotación y la discriminación social, en donde la Iglesia Católica jugó un papel preponderante para mantener el dominio español. La historia le dio la razón a Hidalgo, porque a pesar de que se obtuvo la independencia en 1821, pero sin tocarse el régimen económico y social del virreinato, los problemas siguieron vigentes y la lucha continuó. Estaban en pugna dos concepciones sobre la nación: el México con las características de la colonia, para el provecho de una minoría, posición que fue defendida por la corriente clerical y conservadora. De otra parte, el México que defendía la corriente histórica nacionalista, popular y revolucionaria, inspirada en Hidalgo, Morelos y Guerrero. A esta corriente liberal se ligó Benito Juárez desde 1830, en que inició su participación política.

A mediados del siglo XIX, después de tres décadas de enfrentamiento ideológico y político entre esas dos concepciones históricas del país, irreconciliables, la situación hizo crisis, demandando una solución definitiva. Al triunfo de la Revolución de Ayutla, la corriente liberal promulgó la Constitución de 1857 y otras leyes, y aunque esas medidas no tenían la profundidad que se requería, fueron suficientes para motivar la airada rebelión del grupo clerical reaccionario que vio afectados sus fueros y privilegios.

Al Presidente Benito Juárez, le tocó hacer frente a la Guerra de Tres Años, a la Intervención Francesa y al llamado Imperio de Maximiliano, que en rigor constituyeron episodios de un mismo hecho histórico, originado por la ambición del clero y los conservadores. La obra que consumó entonces Benito Juárez, como líder ideológico indiscutible de los hombres de La Reforma es enorme: estableció la plena soberanía del Estado Mexicano sobre todas las corporaciones, entidades y personas del país y recuperó para el Estado el control directo de todas sus atribuciones y facultades, creando al respecto las instituciones jurídicas necesarias para el buen desarrollo de la vida social.

Asimismo, Juárez destruyó los vestigios de la colonia mediante la promulgación de las Leyes de Reforma e instituyó la completa independencia del Estado y al Iglesia, y en consecuencia, el fin de las relaciones de México con el Vaticano y la prohibición de la presencia de funcionarios públicos en las ceremonias religiosas. El benemérito defendió con patriotismo ejemplar la independencia, la soberanía y la integridad de la nación hasta derrotar en forma aplastante a los invasores franceses, destruyendo en forma definitva los apetitos imperiales sobre nuestro país. El juarismo entregó a la nación y a los pueblos del mundo los principios de una política exterior justa: el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la no intervención. Decretó la libertad de conciencia, el derecho a creer o no creer y la completa liberta religiosa; creó el sistema educativo nacional fundado en la escuela científica y laica, gratuita y obligatoria, base de la democracia y de la plena formación del hombre. De ésta forma quedó unido indisolublemente, el nombre de Juárez a México.

Décadas más tarde, ya entrado el siglo XX, la Revolución Mexicana ratificó y enriqueció los fundamentos trazados por el Presidente Juárez y vigorizó esta concepción de nación, estableciendo los derechos sociales y mayores atribuciones al Estado para intervenir en la economía del país, con objeto de impulsar el desarrollo económico y crear mejores formas de vida del pueblo. Sin embargo, este rumbo histórico que viene desde Hidalgo, Morelos, Guerrero, Juárez y la Revolución Mexicana, al que podríamos calificar como de nación independiente y soberana, comprometida con el bienestar del pueblo, ha sido interrumpido y fracturado por la ascensión de la derecha al poder, quienes han continuado y profundizado la política neoliberal que tantos y severos daños ha causado a nuestro sufrido pueblo. El propósito fundamental de estas fuerzas negativas que nos gobiernan, es sustituir el modelo de nación creado por el pueblo a través de sus tres revoluciones, para imponerle a la nación el rancio conservadurismo de sus antepasados.

Al efecto, los gobiernos de derecha han vulnerado la función histórica del Estado revolucionario mexicano como promotor del desarrollo y ha cedido este papel a una minoría enriquecida. A su vez, se ha pretendido minar la conciencia patriótica de los mexicanos, con la tesis falsa de que sólo conciliando los intereses de México con los del imperialismo norteamericano podremos progresar; en esta embestida antinacional, el clero ha tomado su lugar en el terreno ideológico para disipar del pueblo la posibilidad de construir una sociedad justa y digna.

Esta concepción distinta de nación que postula la derecha tiene como protagonistas al clero, a la minoría enriquecida y a los yanquis, los cuales despliegan febrilmente todos sus esfuerzos para deteriorar los cimientos históricos, sociales y políticos de nuestra nación. Ahora mismo, los intereses imperiales atacan de nuevo presionando a sus personeros domésticos para adueñarse de lo que nos queda de patrimonio nacional.

De nueva cuenta están en pugna dos concepciones irreconciliables de nación: una es la que se sustenta en las luchas y principios históricos de nación independiente, comprometida con el bienestar del pueblo, la otra es la de estos sectores que quieren borrar la conciencia de los mexicanos y destruir la nación transformándola en una entidad subordinada a los Estados Unidos, donde los principios de soberanía, independencia, justicia social y patria dejan de tener sentido. En la celebración de un aniversario más del natalicio del héroe más grande de México, Benito Juárez, y ante las actuales acechanzas del exterior que se llevan a cabo en contubernio con las fuerzas retardatarias y conservadoras, vencidas ayer por Juárez, y que por desgracia hoy nos gobiernan, es útil recordar las palabras de Juárez en su memorable carta al embajador de México en los Estados Unidos, Matías Romero, cuando el país se encontraba en circunstancias difíciles por la ocupación de nuestro territorio por las fuerzas francesas.

"Qué el enemigo nos venza y nos robe si tal es nuestro destino; pero nosotros no podemos legalizar ese atentado, entregándole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza. Si la Francia, los Estados Unidos o cualquiera otra nación se apodera de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarlo de él, dejemos siquiera vivo el derecho para que las generaciones que nos sucedan lo recobren. Malo sería dejarnos desarmar por una fuerza superior, pero sería pésimo desarmar a nuestros hijos privándolos de un buen derecho, que más valientes, más patriotas y sufridos que nosotros lo harán valer y sabrán vindicarlo algún día": Benito Juárez García

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