jueves, 14 de agosto de 2008

LA VIOLENCIA SOCIAL

LA VIOLENCIA SOCIAL
CAUSA Y EFECTO DE TODA SOCIEDAD ENFERMA


La realidad habla por sí misma, nadie puede negar el rotundo y absoluto fracaso del gobierno de la derecha en la solución de los problemas del pueblo, pues éste sólo ha servido para gobernar la macroeconomía y las grandes fortunas de los potentados. El aumento de la ingobernabilidad y la inestabilidad social se asocian ineludiblemente a la irrupción del panismo reaccionario y la ideología de los mercados en la conducción política del país.

La nación respira violencia por todo su ser, el encono y la descomposición social es generalizada: violencia en la programación cotidiana de la radio y la televisión, particularmente en los noticieros; violencia en la música popular con la proliferación de los “narco corridos”; violencia en la calle; violencia intrafamiliar; violencia y encono social en la conducción política, al imponerse la dictadura neoliberal mediante un escandaloso fraude electoral y; violencia y sometimiento por parte de la clase poseedora al apropiarse del producto del trabajo y sus beneficios.

Hay una intensa campaña mediática sostenida por altos intereses económicos, que se empeña en demandar la solución a una de las partes de la violencia sustrayéndola del contexto social, económico y político en que vivimos, igual como si el remedio fuera extraerle un gajo a una manzana podrida. Los promotores de esta campaña le rehúyen sistemáticamente a estudiar la relación entre causa y efecto del fenómeno de la violencia en general.

Ciertamente, la parte de la violencia que destacan los medios informativos es preocupante. En la supuesta “guerra contra el narcotráfico” la estadística oficial nos habla de más de 4 mil muertos en lo que va del sexenio, entre secuestros y ejecuciones entre las bandas de la delincuencia organizada. De esa cantidad de ejecutados 500 corresponden a fuerzas federales y policíacas en lo que va del calderonato. A las cifras anteriores hay que agregarle 600 levantones y desapariciones forzadas que, en numerosos casos, han sido cometidos por las mismas fuerzas del orden público de la presente administración. Una hola de violencia que ha producido más muertos en solo 20 meses del calderonismo, que bajas del ejército yanqui en 4 años de ocupación en Irak. México es el país donde muere más gente de manera violenta sin estar en guerra declarada.

El crimen ha tomado carta de naturaleza. La estadística oficial nos habla de los muertos en la paz social del neoporfirismo calderonista. La misma violencia que sufre el país tendría suficiente explicación de los ideólogos de la derecha si se diera en Cuba. Si el pueblo cubano sufriera el mismo grado de violencia -que no es así-, se diría que es producto de la “dictadura totalitaria del comunismo y de la falta de democracia”. Pero resulta que ese fenómeno de descomposición se da aquí en México, en el llamado “reino de las oportunidades y de la normalidad democrática”, en donde se supone que todos están contentos con el gobierno que trabaja para que “todos vivamos mejor”.

Las clases poseedoras son sensibles ante los dolores propios pero insensibles ante el dolor ajeno. En una sociedad dividida en clases sociales cada quien le llora a sus muertos. ¿Cuántos niños mueren violentamente en la oscuridad de la pobreza y nadie se acuerda de ellos? Infantes que no disponen de carro, ni de chofer ni de guaruras diariamente mueren en el más absoluto anonimato. Sin embargo, el caso reciente del lamentable secuestro y muerte del niño Fernando Martí, en el DF, fue un hecho de alta resonancia mediática, por tratarse de un integrante de la alta sociedad.

El dolor de las clases altas por la pérdida irreparable de uno de sus miembros se manifestó en todo el país; las cúpulas empresariales, los banqueros y la clase política, se sensibilizaron ante el dolor de la familia del niño muerto en esa trágica circunstancia. ¡Pena de muerte! ¡Cadena perpetua! ¡Leyes más severas para los secuestradores y mejoramiento de los cuerpos policíacos! Han sido los principales pronunciamientos de las clases dominantes para frenar la delincuencia. Sin embargo, estos mismos sectores son insensibles ante las lágrimas y el dolor que sufren los millones de mexicanos que padecen las llagas de la pobreza. Se cierran herméticamente a distribuir la justicia social y cumplir con lo que ordena el artículo 123 de la Constitución en materia salarial, lo que de hacerse, sin duda alguna ayudaría a bajar sustancialmente los índices delictivos.

La violencia social que se vive es causa y efecto a la vez. Es el resultado de las contradicciones internas entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, entendidas éstas como la forma en que se distribuye el capital generado por el trabajo entre quienes participan en el proceso productivo. Es un fenómeno de toda sociedad en descomposición. La violencia social es causa, cuando se da la existencia de un régimen que esclaviza al pueblo bajo una criminal política salarial, y que propicia la alta concentración de la riqueza en pocas manos, separando a la sociedad en una profunda desigualdad social. La misma causa se convierte en efecto, cuando hay en esa decadente sociedad muchos individuos que se rebelan y se niegan a aceptar su destino -el que le han asignado- en la pobreza y marginación, los que no dudan en romper el “estado de derecho” con los medios a su alcance para salir de esa postración. Si una sociedad injusta como la nuestra engendra la fortuna más grande del mundo en manos de un solo hombre quiere decir que es un pueblo enfermo, y esto da lugar a las manifestaciones y consecuencias que estamos viendo.

Ortiz Mayagoitia, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, ante la crisis de inseguridad que priva en México, no dudó en culpar a los poderes Ejecutivo y Legislativo de la grave problemática. Tiene razón, pero hay que incluir también en la lista de culpables a la institución que él representa, y por supuesto, a las clases dominantes, que son las que detentan el poder del Estado neoliberal. Lo que estamos viendo ellos lo han creado, no tienen a quién culpar, es el país que conducen y dicen gobernar. Este es el producto de la implementación de sus políticas y estas sus consecuencias. La paz es el fruto más elevado de la justicia social; la violencia y el encono son frutos de la injusticia.

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