sábado, 23 de mayo de 2009

DEL DESCRÉDITO HACIA EL SISTEMA POLÍTICO
¿A QUIEN LE COLGAMOS LAS MEDALLAS?

El día 18 de mayo leí el artículo del político y periodista Eduardo Andrade Sánchez, publicado por el diario Tribuna de San Luis de la OEM, bajo el título Oportunidad Perdida, en donde aborda el análisis sobre el fallo reciente de la Suprema Corte de Justicia en torno al novedoso esquema contenido en la reforma electoral de Coahuila, la cual propone dotar a la ciudadanía de herramientas para exigir a los partidos y candidatos el cumplimiento de sus promesas de campaña “para que éstos no continúen burlándose de los ciudadanos”. Generalmente me gusta leer sus artículos en razón de ser un exponente de ideas avanzadas, algo no muy común en el priísmo neoliberal actual, lástima que en ése artículo citado le falló el subconsciente y le dio cabida a las joyas del pensamiento burgués que desdibujan al autor por completo.
Dice el articulista que: “uno de los principales problemas de nuestro sistema democrático, en general de todas las democracias modernas, es el descrédito en que han caído los partidos o los políticos en general, pues los ciudadanos se sienten defraudados por ellos al no hacer realidad lo que prometen y como éste defecto alcanza a todos, sucede que el expediente de cambiar de partido para la siguiente elección no es solución satisfactoria, además de que en otras plataformas quizá no se contenga la acción gubernamental que fue ofrecida y no cumplida por un determinado partido”.
Yo me pregunto, a qué se referirá don Eduardo cuando habla de las “democracias modernas”. Quizás se está refiriendo a las democracias capitaneadas por Washington y los centros financieros internacionales, las que abrazan el modelo diseñado por éstos en su afán de uncir el modelo político al modelo económico. La globalización neoliberal, como estructura económica, tenía que imponer su propio modelo, y este fue la democracia de mercado, un sistema hegemónico acotado donde hay cabida únicamente para un pluripartidismo uniclasista y excluyente.
La verdad sea dicha, cuando habla el autor del artículo sobre las “democracias modernas”, no creemos que se esté refiriendo al modelo de democracia concebido por el Constituyente de Querétaro y asentado en el Artículo 3º. Numeral II, inciso a), el cual establece que: “considerando a la democracia no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Imposible que se esté refiriendo en su artículo a esa tesis revolucionaria del Constituyente porque su partido, el PRI, se ufana de haber impulsado desde adentro -léase la tecnocracia neoliberal- los cambios democráticos que según ellos requería el país, mismos que resultaron en la entrega de los organismos electorales a la derecha a través de la falacia de la “ciudadanización” de los procesos electorales. Entiendo que para don Eduardo es ésta, la que estamos padeciendo, una democracia moderna, la herramienta perfecta que requiere el Estado neoliberal para legitimar la profunda desigualdad social existente junto a la insultante concentración de la riqueza.
En cuanto al descrédito en el que han caído los partidos y los políticos en general, al que alude el autor en su artículo, debemos precisar que éste no es tanto por las ideas o programas que sustentan sino por sus resultados al frente del poder. Sin mayor problema, un ciudadano en un acto de fe puede creer o no en un proyecto de gobierno, el descrédito viene cuando siente en carne propia los resultados que produce puesto en práctica dicho programa. La validez de toda teoría se sustenta al ponerla en práctica, igual que las medallas se cuelgan por los resultados obtenidos. Dicho de otra manera, el descrédito es un efecto que se desprende de una causa. La incultura política que prevalece en el pueblo no permite diferenciar al votante entre las diferentes ideologías y programas de los partidos políticos; la idea popular tan arraigada de que “todos los políticos son iguales” es en función de los resultados negativos que pesan sobre las espaldas del pueblo y no por la lectura y el conocimiento de los idearios políticos.
Si como dice el articulista “no hay nada más incierto que la promesa de campaña”, lo que sí es palpable, lo que sí son ciertos, son los resultados que producen las acciones de gobierno encabezadas por quienes hicieron las ofertas demagógicas -lo que ofrecieron y lo que no ofrecieron- en sus respectivas campañas. Eso debiera bastar para que el ciudadano común calificara al gobierno en turno y por lo menos a toro pasado rectificara durante la emisión de su siguiente sufragio.
Lo ideal sería que todo ciudadano conociera las ideologías y los programas de todos los partidos políticos existentes, y además un mínimo de la historia de México, para que pudiera analizar y ubicar perfectamente donde se encuentran representados sus intereses para poder votar; éste es el ideal por el cual debemos seguir luchando. Lamentablemente esa incultura que padecemos todavía no lo ha permitido, por ahora lo único que puede hacerse es juzgar los resultados de la acción gubernativa de las fuerzas políticas que han ocupado el poder y en razón de ello sufragar. Premiar o castigar. Si ya lo engañaron con las promesas de “cambio” y resultó en involución; si le prometieron empleo y le dieron desempleo; si le ofrecieron acciones responsables y resultaron irresponsables, que no lo vuelvan a engañar, que no le roben su voto una vez más.
En un sistema de democracia acotada como el nuestro, que sólo permite la existencia de un pluripartidismo uniclasista, donde ningún partido con registro promueve la transformación revolucionaria de la sociedad, si concebimos que las organizaciones partidarias son las máquinas a través de las cuales el ciudadano puede acceder al poder, entonces la verdadera solución no radica en combatir a esas máquinas sino al propietario de las mismas. Lo que aprobó el Congreso de Coahuila es similar al movimiento del “maquinismo” del siglo XVIII, a resultas de la Revolución Industrial, cuando se consideraba que las máquinas eran las causantes del desempleo; luego el marxismo se encargó de descubrir que la causa del problema no es la máquina sino el propietario de la misma.
En el caso que nos ocupa, no son los partidos en el poder “los que se burlan del ciudadano al no cumplir sus promesas de campaña”, sino los propietarios de estos que son las clases privilegiadas. Son éstas las que imponen el modelo político y económico y a quienes hay que combatir a fondo.
Entonces, ¿a quién le colgamos las medallas del descrédito hacia el sistema político? A las “mayorías políticas” pastoreadas por el PRI y el PAN, por la dictadura económica feroz que han impuesto sobre los hombros del pueblo; por la criminal política salarial que sostienen; por el desempleo, la pobreza y la violencia social resultante. Esas son las medallas que les deberán ser reconocidas por el pueblo en la próxima jornada electoral.

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