sábado, 13 de septiembre de 2008

EL GRITO DE DOLORES Y EL GRITO QUE VIENE

LA DIALECTICA DE NUESTRO PROCESO REVOLUCIONARIO

En cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes y con las relaciones de propiedad, en el seno de las cuales estas fuerzas productivas se habían movido hasta entonces. Llegado a este punto, tales relaciones, que en otro tiempo constituían las formas del desarrollo de las fuerzas productivas, se convierten en obstáculos para éstas. El cambio de la base económica mina entonces, con más o menos rapidez, toda la superestructura y se produce la revolución, el choque entre las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas y filosóficas que prevalecen, y el nuevo régimen económico que pugna por abrirse paso.

Para que los pueblos puedan lograr avances positivos en el proceso de su evolución histórica, necesitan promover determinados sacudimientos, alterar en alguna forma la “tranquilidad” de la sociedad imperante. En ninguna etapa de la historia de la humanidad, los pueblos han podido superar su nivel de vida mientras han permanecido aparentemente estáticos. Los fenómenos sociales no se producen de manera esporádica ni espontánea o por razones casuales, sino en la medida en que las masas acumulan fuerzas, se producen causas que provocan efectos. Todas las manifestaciones de las luchas sociales obedecen a explosiones que se presentan cuando se ha colmado la paciencia y el aguante de los pueblos. En el caso de México, después de tres siglos de esclavitud y coloniaje, fue en la madrugada del 16 de septiembre, de 1810, con el grito de Dolores del cura Miguel Hidalgo y Costilla, cuando la nación abrió sus labios y empuñó la espada para ser oída.

Al principio se organizó un movimiento a favor de la independencia en Valladolid, pero rápido fue sofocado, sin embargo pronto surgieron otros al frente de Ignacio Allende, el corregidor Domínguez y su esposa Josefa, Abasolo, Aldama y Don Joaquín Arias. El más importante fue el de Querétaro organizado por el corregidor Domínguez, a esta se le unieron intelectuales, oficiales y parte del bajo clero; este grupo estaba formado por el presbítero Sánchez y los licenciados Parra, Altamirano y Laso, así como el capitán Arias. Las reuniones aparentaban ser culturales en la casa de Parra.

Sabiendo que el pueblo mexicano era un fiel seguidor de la iglesia, pensaron en invitar a un sacerdote a fin de convencer a todo el pueblo, por eso Allende propuso a Miguel Hidalgo y Costilla quien era cura de Dolores. Se tenía pensado comenzar el movimiento de independencia el 2 de octubre en San Juan de los Lagos (Jalisco), pero por denuncias hechas ante las autoridades por Mariano Galván, fue necesario adelantarla en septiembre. La corregidora le avisó a Ignacio Pérez y a Aldama que la conspiración había sido descubierta; estos marcharon a avisarle a Allende, y en Dolores fue Miguel Hidalgo quien decidió iniciar la lucha inmediatamente. Primero pusieron en libertad a los presos, aprehendieron a los españoles peninsulares que se encontraban en la población. Luego a las cinco de la mañana del 16 de septiembre de 1810, se llamó a misa, el pueblo acudió al llamado y con el grito de ¡Mexicanos, viva México!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Viva Fernando VII y muera el mal gobierno!, Hidalgo incitó al pueblo a levantarse contra los españoles.

Llegando a San Miguel se les unió el ejército de Dragones de la Reyna, y partieron hacia Celaya, donde Hidalgo fue nombrado General del ejército, Allende fue nombrado teniente y Aldama Mariscal, esto con el fin de organizar un poco el contingente. De ahí salieron hacia Guanajuato y en medio de una fuerte lucha entraron a la Alhóndiga de Granaditas y tomaron la ciudad. Luego se dirigieron a Valladolid, ciudad que fue tomada sin ninguna lucha, ya que el ejército que iba a apoyar a los españoles fue sorprendido por el ejército insurgente. Ahí Hidalgo dio las primeras reformas sociales, aboliendo la esclavitud y suprimiendo el pago de tributo de las castas y las cargas, lo que hizo que más gente se le uniera.

Cuando se dirigían a la capital derrotan a las fuerzas españolas al mando de Torcuato Trujillo en el Monte de las Cruces. Allende decide ir a Guanajuato e Hidalgo marcha hacia Valladolid y luego hacia Guadalajara, donde organizó el primer gobierno el cual tuvo dos ministros: Ignacio López Rayón, a cargo del Estado, y José María Chico, en Gracia y Justicia, quedando Hidalgo como magistrado supremo de la nación. También se hizo la primera reforma agraria en la cual se manifestó que los indígenas eran propietarios de la tierra, se suprimieron los tributos y se confirmó la libertad de los esclavos. En Guadalajara se les une Allende y Abasolo, sin embargo fueron derrotados y el ejército insurgente se dispersa. Hidalgo y los demás jefes salieron rumbo a Aguascalientes, y durante el trayecto Hidalgo fue despojado de su cargo de primer magistrado, el cual fue otorgado a Allende. Después decidieron dirigirse a Estados Unidos con la finalidad de pedir ayuda económica y armas.

Elizondo, que era el jefe del movimiento libertador en Coahuila, los traicionó y fueron arrestados en Acatita de Baján (Las Norias). Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron juzgados y condenados a morir fusilados: luego de ser fusilados los decapitaron y sus cabezas las pusieron dentro de jaulas y las colgaron en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. La muerte de estos caudillos marcó el final de la primera etapa de la lucha por la independencia.

Hoy el pueblo está a punto de dar un nuevo grito como aquel de Dolores, hace casi dos siglos, por el cura Miguel Hidalgo; los escenarios se están configurando rápidamente para un nuevo grito de inconformidad social, ahora contra la dictadura neoliberal que ahoga al pueblo en la más insultante miseria. La profunda desigualdad social que se vive desde que arribó la ideología de la derecha al poder ha hecho de nuestro país un campo fértil donde la violencia de todo género se está reproduciendo igual o más que en los tiempos previos a la Revolución de Independencia y la Revolución Mexicana.

La distribución de la riqueza hoy en día se encuentra igual o peor que en la antesala de las revoluciones libertarias citadas. Las clases privilegiadas sostienen un modelo económico capaz de producir la fortuna más grande del mundo en manos de un solo hombre, como es el caso de Carlos Slim, y el estado de descomposición que priva en la maquinaria del Estado neoliberal a su servicio es fatal. El pastel de la riqueza está siendo engullido casi totalmente por los poseedores y su aparato administrativo en perjuicio de los desposeídos.

De acuerdo a las cifras del Banco Mundial, la corrupción de servidores públicos representa para el pueblo de México un costo de 60 mil millones de dólares anuales, es decir, cuatro veces los ingresos por exportaciones petroleras y nueve por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Pero este Estado además de corrupto es también violento. Uno de sus secretarios, Agustín Cartens, titular de hacienda, de manera totalmente impune se burla del pueblo anunciando el aumento semanal a las gasolinas. Bien sabido es, que se trata de presionar al pueblo mediante esa medida para que acepte la privatización de la industria petrolera impulsada por Calderón, pero esa provocación y arrogancia equivale a jugar con cohetes en una gasolinera. Otro ejemplo de esa violencia del Estado es, la criminal política salarial que sostiene el régimen a sabiendas de que es anticonstitucional y no resuelve las necesidades del trabajador. El salario mínimo es un crimen perpetrado por un régimen violento que en aras de servir a los poseedores roba el bienestar a las clases mayoritarias de la población.

Ante estas reiteradas agresiones el pueblo ha manifestado su protesta por diferentes vías; buena parte de la sociedad ya escogió el camino de la violencia para satisfacer sus propias necesidades. Eso es lo que nos dice el hecho de que del universo de los doce millones de delitos que se cometen al año -según la CNDH-, la gran mayoría son delitos de naturaleza patrimonial (robos); sólo una ínfima parte de ellos son delitos de alto impacto cometidos por la delincuencia organizada. Esto nos demuestra que la violencia que vive el país no es un problema de mala conducta del pueblo, corregible en la medida en que se termine con la “impunidad”. En definitiva, no, La violencia en su mayor proporción, es un problema de la desigualdad social, de pobreza e injusticia material.

El ánimo colectivo no es para menos, hasta aquellos ciudadanos que votaron de buena fe por la derecha hoy se sienten defraudados y arrepentidos. Porfirio Muñoz Ledo afirma en una de sus columnas de prensa, respondiendo a sus detractores que lo acusan de tratar de derrocar a Calderón, que “hoy vivimos tiempos de transición que no de revolución”, (niega la necesidad de la revolución); para él los caminos expeditos para que Calderón salga del poder son: la renuncia, el juicio político y la revocación de mandato. Es decir, destaca la vía pacífica, igual Andrés Manuel López Obrador ha sido reiterativo en señalar que su movimiento es pacífico, que sus logros se han obtenido sin romper un solo vidrio.

Hay quienes afirman de manera superficial, que si el año 2000 se pudo dar un cambio pacífico, porqué no habría de darse de ése modo nuevamente. Lo que sucede es que, con el arribo del PAN y Vicente Fox al poder no se dio ningún cambio cualitativo del régimen, fue la profundización del mismo modelo mediante otras siglas y personas, el cual venía funcionando desde 1982. Por eso se llevó a cabo el supuesto cambio en forma “civilizada y pacífica” Existe una enorme diferencia cualitativa entre los procesos electorales de 1988 y 2006, con el del año 2000. Las victorias populares de Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador significaban un verdadero cambio progresista, que desplazaría a las clases directoras imperantes y sus privilegios; a ellos nunca se les hubiera entregado la conducción del país. Si no hubieran prosperado los fraudes electorales, hubieran pasado a tomar las armas con tal de defender su permanencia en el poder. En el 2000 no peligraba ningún interés económico ni político, por eso se llevó a cabo el intercambio del poder sin sobresaltos porque se trataba de la misma familia neoliberal.

La paz social es inexistente; nadie puede cancelar la vía de la violencia por decreto, máxime cuando ya está entre nosotros. Pero las fuerzas del progreso social que promueven el cambio de régimen como requisito indispensable para abrir la puerta a las rectificaciones nacionales, no promueven el golpe de Estado para lograrlo, aunque el cambio pacífico en un país ya violento y convulsionado como el nuestro resulte cada vez más difícil, si tomamos en cuenta el acotado régimen democrático y los escandalosos fraudes electorales. El golpe de Estado, generalmente es la vía que utilizan las clases privilegiadas para recuperar el poder cuando el pueblo ha tomado la soberanía de su destino en sus manos; recordemos los golpes de Estado cometidos contra Francisco I. Madero, y Salvador Allende, en Chile.

Que los lacayos del régimen de derecha entiendan, esos que se quejan de que los quieren derrocar; es ilógico que quienes preconizan la superación de esta larga noche de esclavitud y miseria promuevan un golpe de Estado, el cual es un movimiento sin sustento popular. Por el contrario, lo que necesitamos en estos momentos es construir un golpe del pueblo contra la dictadura neoliberal, que se constituya en la cuarta etapa de nuestro proceso revolucionario. Igual que el grito de Dolores es el grito que se ve venir.

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