sábado, 23 de enero de 2010

(CONTINUACION)
EL AÑO 2010, COMO EN 1910 Y 1810
HA LLEGADO EL TIEMPO DE DESATAR LAS FUERZAS DEL PUEBLO

1810, 1910 Y 2010. Las realidades de ayer y hoy son inocultables, se imponen frente al espectáculo, la frivolidad y el oropel que promueve la dictadura de derecha con el fin de ocultar la realidad y desnaturalizar el ciclo histórico de nuestro proceso revolucionario. Muchos son los planes y estrategias que elabora de manera permanente la clase social satisfecha, buscando mantener sus privilegios y burlar las demandas y exigencias populares, pero el año que comienza reviste especial importancia dado que los planes y programas de los festejos en marcha, están encaminados a evitar que el pueblo compare las realidades de ayer y descubra en las de hoy, las mismas contradicciones sociales que han desencadenado los movimientos libertarios más importantes de nuestra evolución, y esto lleve a las clases oprimidas a actuar en consonancia con sus luchas predecesoras.
El año del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana debe ser el año de los revolucionarios, no de las clases reaccionarias hoy en el poder, porque éstas se han distinguido en su lucha por frenar el avance de la sociedad, sus propósitos nunca han variado. Los que luchan por reinstaurar el pasado hoy pretenden montarse en un festejo popular que no les pertenece y contra cuyos fundamentos han combatido históricamente.
Se pretende vender la idea al pueblo que los gobernantes actuales rinden homenaje a los mexicanos que han construido la patria en sus diferentes etapas, programando la celebración de 400 actos oficiales, según nos informa la reportera Nidia Marín, de OEM, donde reinará el espectáculo, la frivolidad y el oropel. A estos eventos “culturales, deportivos y artísticos” hay que agregar los que llevarán a cabo los gobiernos estatales, municipios, monopolios televisivos y otras entidades de la iniciativa privada.
Todos esos espectáculos tienen la finalidad de destacar los acontecimientos históricos de manera superficial, separando a los efectos de su causa, para presentarlos al pueblo como si hubieran surgido por generación espontánea. El propósito es bien sabido: “quitarle lo revolucionario a la revolución”, como lo dijera el intelectual de la derecha Jorge Castañeda Gutman; esto equivale a adaptar y reinventar nuestra historia nacional para dejarla hueca y sin sentido, propia de un argumento de telenovela.
Veamos de manera breve cuáles son las realidades de ayer y hoy que subyacen en lo más profundo de la conciencia nacional, cual lava ardiente a punto de hacer explosión en el volcán mexicano por tercera vez, en este año 1020. ¿Cuál era la realidad objetiva previa a la revolución de Independencia? El régimen colonial no desarrolló la agricultura. Todo el esfuerzo de la colonia consistió en explotar los fondos mineros, para exportar el oro y la plata. Por esta causa, la población importante de la Nueva España fue la congregada alrededor de las minas y, en consecuencia, la agricultura concebida como un simple instrumento para sustentar a la población, sólo surgió alrededor de las minas, en zonas no siempre propicias a la producción.
Un rasgo característico del régimen colonial fue el monopolio del comercio. Monopolio de los dos puertos únicos con los que contábamos: Veracruz y Acapulco; el acaparamiento de las exportaciones y de las importaciones, y la función del préstamo del dinero de una manera usuaria –igual que sucede hoy en día con la banca privada- para las escasas actividades productivas de la Colonia.
A las trabas para el desarrollo de la agricultura nativa hay que agregar otra característica del régimen colonial: los estancos, los impedimentos para el desarrollo de la industria. La única actividad industrial existente estaba confiada a los artesanos. Pero seguramente, la realidad fundamental del régimen de la colonia fue el latifundio, como el que se está creando en la actualidad a raíz de la privatización del ejido. El latifundio colonial tenía dos aspectos, según sus poseedores: el latifundio eclesiástico y el latifundio que podemos llamar laico. Los propietarios de las haciendas estaban endeudados con la iglesia terrateniente, de tal manera que así pudo llegar la Iglesia Católica a las postrimerías del régimen colonial poseyendo las tres cuartas partes de la tierra laborable del país.
Fue José María Morelos y Pavón, el que interpretó de mejor manera la realidad que ahogaba al pueblo al momento de formular los ideales reivindicatorios más importantes que se enarbolaron durante la lucha por la Independencia, sintetizándolos en Los Sentimientos de la Nación. En uno de sus numerales consagró: “Que se solemnice el 16 de septiembre como el día en que la nación abrió sus labios y empuñó la espada para ser oída”
¿Cuál era la realidad objetiva, previa al estallido de la Revolución Mexicana? Durante el régimen del porfiriato, el uno por ciento de la población rural era dueña del 97 % de la superficie censada del país. El 3% poseía el 2% de la tierra censada. Había cuatro categorías vinculadas a la tenencia de la tierra: los hacendados, los rancheros, los pequeños propietarios y los pueblos. Entre los hacendados y los rancheros poseían el 9% de la tierra censada; los pequeños propietarios el 2%; los pueblos y comunidades que todavía tenían algo, el 1%; en tanto que los peones, los esclavos disfrazados de asalariados, constituían el 96% de la población rural. De éstos peones, un millón y medio eran acasillados y dos millones en su mayor parte eran aparceros. De 70 mil comunidades rurales que existían en el país, 55 mil vivían dentro de terrenos pertenecientes a los hacendados.
Y por lo que toca a la característica de nuestro país en su intercambio internacional, el régimen porfirista era esencialmente éste: exportación de materiales e importación de artículos de lujo. Durante la misma época se constituyó un mecanismo idéntico al que operaba durante la Colonia. Allá hemos visto que había prohibición para el desarrollo de la industria, porque era menester depender de España. En el porfirismo había también influencia de afuera para impedir el desarrollo de la industria nacional. Una lucha tremenda por abatir los aranceles, por impedir que naciera una industria propia, con capital mexicano. Sólo la industria textil existía en nuestro país con fisonomía propia; pero bien visto, la industria textil mexicana, no fue durante casi toda su vida, más que un apéndice del régimen de la hacienda, del régimen latifundista.
Alrededor de 1880 aparece en nuestro país el fenómeno del imperialismo, exigiendo, no ya aranceles bajos, sino concesiones para explotar los recursos y establecer industrias. La manifestación inicial más notable de esta fuerza nueva injertada en la vida mexicana, la primera obra del imperialismo, es la construcción de los ferrocarriles de México, un simple apéndice de la gran red ferroviaria de los Estados Unidos, y como un camino que condujera al puerto de Veracruz para comerciar con Europa.
En 1910, aproximadamente la quinta parte del suelo estaba ya en manos de empresas extranjeras; hoy en 2010 se siembran anualmente 20 millones de hectáreas de las 130 cultivables, el campo ha sido abandonado por el gobierno de derecha. Se liquidaron las instituciones encargadas de apoyar la agricultura con créditos e insumos a bajo costo, escasa inversión pública y bajos precios a los productos agropecuarios, todo con el fin deliberado de beneficiar –como la doctrina porfirista—las importaciones de los Estados Unidos, en el marco del TLCAN.
En este año de festejos, el gobierno oligárquico hace lo mismo que se hacia durante la Colonia y el porfiriato: impedir el desarrollo de la agricultura nacional y la industria propia, con el fin de proteger el interés del imperio del norte. Ayer nos ahogaba la Corona española, desde Porfirio Díaz hasta la fecha, es el imperialismo norteamericano el que nos explota con funestas consecuencias.
En 1910, los trabajadores no tenían derechos. No existían los sindicatos, las huelgas estaban prohibidas, incluso se castigaba el sólo intento de pedir un alza de salarios. Hoy la realidad de los trabajadores no es muy diferente, durante 2009 el desempleo alcanzó más del 6 por ciento, y la situación económica es casi igual a la que sufrían los peones acasillados durante la dictadura porfirista.
Hoy la clase trabajadora sufre un gobierno antisindical, que restringe sus salarios y su poder de compra, el porfirismo como el calderonismo, son los peores enemigos de los asalariados. La concentración de la riqueza que hoy se vive sólo es comparable a la existente en la etapa previa a la Revolución Mexicana; la brutal crisis económica que golpea al pueblo ha generado ya un rencor social suficiente para desencadenar otro estallido social de incalculables dimensiones.

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